jueves, 26 de febrero de 2015

Ese juego de damas.

Esta poesía va dedicada a una fotografía que he visto en el cartel anunciando las jornadas de la mujer en San Pedro del Pinatar, en ella se ve a dos mujeres de espaldas vestidas de blanco y negro, en la playa con el cielo plomizo y un reflejo de ambas en el agua de la arena.

Ese juego de damas:
de blanco satén y negro esperanza.
jirones de aire blanden sus faldas
y en derredor: reflejos de otra noche estrellada.
Avante, solo camino de arena y playa;
atrás queda la vista y el reflejo en la arena mojada.
Diluye la plomiza tarde dos figuras de damas
de blanco satén, y negro esperanza,
 a cual más guapa.
¿Qué más da si va mi mirada a tu espalda?
Me quedo con el reflejo diluido en la arena mojada
con el aire bailando sus faldas
y ese juego...
ese juego de damas.

lunes, 23 de febrero de 2015

Haiku de Luna.

Crápula sombra
y crepitar de Luna
en las hogueras.











miércoles, 18 de febrero de 2015

Melodía

Escapas entre mis manos
como una melodía
que resuena en mi memoria
que no puedo, no termino de tararear.
Ciño mis manos al viento
para mirar allende se traban cielo y mar;
donde las rocas se alzan en riscos
que van abriendo heridas
arrancando mi piel cuando la rozas,
quebrando mi voluntad si me miras,
sembrando dudas cuando me amas.
Ya no eres quien solías y eso quema.
Me quema calcinando mi vida por dentro
para abrasar mi cuerpo por fuera.
Y no estás, ya no estás:
cual sombra me atraviesas
para dejar la melodía sin acabar
con las notas impregnando mis sábanas
y hacer de la ausencia... Una vida.






miércoles, 11 de febrero de 2015

domingo, 8 de febrero de 2015

Jhericó y los habitantes de la noche -capítulo 7-

    El Kenwuo abre su enorme y potente boca en una demostración de fuerza, mira fijamente a Jhericó, que se haya plantado frente a él sin inmutarse, y lanza un aullido aterrador que hace acallar los murmullos dentro del restaurante. El silencio de la noche marca ahora los tiempos y los dos contrincantes quedan frente a frente sin que ninguno tome la iniciativa y, por contra, tampoco dan un paso atrás. Un nuevo estallido hace que la sangre de los presentes se hiele a la vez que el cartel del restaurante se apaga para dejar la calle totalmente a oscuras, sólo el cuerpo de Jhericó se vislumbra con el reflejo de las luces que salen a través de la cristalera del restaurante como dardos lanzados al azar sin destino fijo.
  Una sombra se mueve en la obscuridad y Jhericó, con un movimiento tan rápido como imperceptible para los clientes del restaurante, porta en su mano a "Gabriel", su katana, adoptando la postura de defensa y alerta ante un ataque: pies flexionados levemente, cuerpo relajado con la espalda recta, y su katana cogida con ambas manos dejando la empuñadura a la altura del pecho desplazada a la derecha a la par de su hombro.
 Jhericó se haya ahora preparado para entrar en combate; la sombra se hace visible y unas alas tan negras como la noche, baten el aire dejando en el suelo a un ser magnífico a la vez que aterrador, el Kenwuo se convierte entonces en un perrito faldero al rededor de su dueño.
  Jhericó permanece inmóvil con la vista fija en la criatura, ni un pestañeo por parte de los dos contrincantes. La diabólica figura levanta una mano y como por arte de magia se forma una ventolera que levanta polvo y papeles del asfalto como si fuese un gran ventilador; el chisporroteo que produce al estallar el último de los tubos fluorescentes del cartel de la fachada del restaurante deja a la vista de Jhericó una enorme bandada de seres que aletean al unísono en la oscuridad de la noche a la espera de una orden. El único gesto que delata la impresión que esta imagen produce en Jhericó es el movimiento de su galillo al tragar saliva.
   Un coche hace su aparición en la calle, el conductor deslumbra a la criatura, y al verla pierde el control del vehículo que termina estrellándose contra la acera empotrando el morro en un hidrante. El desconcierto es total y los clientes del restaurante salen despavoridos a la calle en un intento de escapar pero la respuesta de las criaturas es inmediata y los clientes del restaurante enseguida son atacados por las criaturas en un cuerpo a cuerpo cuyo desenlace es rápido y mortal para los pobres humanos. Una de las criaturas se acerca a Jhericó y éste no se hace de rogar: le asesta un tajo tan fuerte en el ala izquierda que ésta se desprende del cuerpo de la criatura mientras cae al suelo, entonces, el jefe de la horda suelta un alarido de dolor infrahumano que hace que todo se pare y el silencio se adueñe de la calle en medio de la batalla. Jhericó mira a la criatura herida y ésta intenta golpearle con el ala derecha, Jhericó mueve tan rápido a "Gabriel" que la cabeza del ser alado no se separa del cuerpo hasta que la criatura no cae hacia detrás ya muerta. El cruce de miradas entre el jefe de las criaturas y Jhericó no hace sino más que aumentar la indignación del monstruo, para entonces, todos los clientes que salieron del restaurante se encuentran en el suelo en medio de un gran charco de sangre que parece inundar toda la calle, Jhericó vuelve a adoptar la posición de defensa con su katana señalando al jefe de los seres alados y éste da la orden al Kenwuo de atacar. Jhericó saca un shuriken, tan rápido, que al perro, cruce con el Diablo, no le da tiempo a cerrar su enorme boca, tan temible a la vista. y el disco de acero tan afilado como una navaja corta su lengua y se incrusta en su paladar, el segundo shuriken sesga la yugular del perro, con tanto acierto que cae desplomado, sin vida, ahogado en su propia sangre.
  Dos coches de policía, precedidos por sus sirenas aparecen como un estruendo dando luces y llevándose por delante los cuerpos mutilados de los pobres diablos que intentaron escapar, frenan delante del restaurante y cuando salen de sus coches, armados hasta los dientes lo único que ven es a un gigantón vestido de negro con una katana en la mano, en el suelo una criatura salida de una película de miedo desmembrada y un montón de cuerpos destrozados que se aparecen en una sangrienta escena delante de sus focos.
   Jhericó enfunda su katana, mira hacia el cielo de la ciudad, da media vuelta y su mirada se dirige hacia la cristalera del restaurante, una sonrisa cruza su cara mientras guiña un ojo a Tina.







 

domingo, 1 de febrero de 2015

Jhericó y los habitantes de la noche -capítulo 6-

      Jhericó termina de saborear el trozo de pizza que le ha servido Tina, apura de un trago la cerveza, y se echa hacia detrás en su silla, casi se despereza pero no es tan mal educado y se resiste a la tentación. Un escalofrío recorre su espalda, es una sensación que le ha salvado muchas veces la vida: alguien le está acechando.

              -¿Te apetece algo más?, ¿un café quizás?- Le pregunta Tina cuando pasa por su lado.
              - Nada de café, un whisky me vendrá mejor, ah, sin hielo y en vaso bajo- contesta Jhericó aún con la mosca detrás de la oreja.
     
   Jhericó mira a través de la cristalera hacia el exterior, la calle principal está muy transitada y nada parece anormal en cuadro que aparece ante él. Es noche cerrada y lo único que está cambiando son los personajes que desfilan por el exterior; van desapareciendo las parejas y los grupos de amigos en busca de aventuras nocturnas. Ahora van tomando la calle, como suele decir Jhericó. "las aves nocturnas" los auténticos pobladores de la noche. Entonces lo ve, o mejor dicho, los ve: un par de ojos tan negros como la noche sin luna. Y están fijos en él. De nuevo el escalofrío recorre la espalda de Jhericó que se sobresalta cuando Tina deja el vaso de whisky en la mesa.

                -¿Qué te pasa? ¡Menudo susto te has llevado!, ¡ni que hubieras visto al diablo!- le dice Tina al ver la reacción de Jhericó,
                -No será el diablo en persona, pero una de sus criaturas sí- contesta Jhericó señalando con su mano en dirección al par de ojos que le acechan.

   El sobresalto hace que a Tina se le caiga la bandeja haciendo un estruendo tan grande que atrae todas las miradas de los clientes, el silencio se hace entonces el dueño y señor del local, todos los clientes fijan su mirada  a través de la gran cristalera que da al exterior.
  Una a una las farolas van apagándose cuando sus bombillas estallan haciendo saltar chispas eléctricas que parecen incendiar por momentos la noche. Cuando acaba de estallar la última de las farolas, el kenwuo hace su aparición sentándose a la puerta del restaurante. El parpadeo de luces del cartel del restaurante confieren al enorme animal un semblante tan diabólico como terrorífico.

               -Pero ¿Qué demonios es eso que hay en la puerta? ¿Un perro? ¡Debe ser un cruce con el Diablo!- Se oye decir en el salón.

   Un hombre tan alto como gordo sale de la cocina con un bate de béisbol en su mano derecha, blandiéndolo como si fuese una prolongación de su brazo, se encamina hacia la puerta y, sin mediar palabra, ni mirar atrás, sale al exterior intentando ahuyentar al animal amenazándolo con el bate. Jhericó salta de su asiento en un intento de advertir al gigantón pero llega tarde, la respuesta del kenwuo es tan rápida que para cuando Jhericó sale a la puerta el hombre yace en el suelo envuelto en un charco de sangre, el animal le tiene cogido por la yugular y lo zarandea como si fuese un muñeco de trapo. Los gritos de terror salen por la puerta acompañando a Jhericó, entonces el animal suelta su presa, ya sin vida, y mira a los ojos de Jhericó mientras le muestra la fiereza de su dentadura.